La tragedia del colonialismo en Puerto Rico y su desenlace salvador de la independencia
Carlos Iván Gorrín Peralta
16 de junio de 2010
Presentación del libro Puerto Rico Nación Independiente Imperativo del Siglo XXI, el 8 de junio de 2010
La lectura de PUERTO RICO nación independiente, imperativo del siglo XXI, escrito por Rubén Berríos Martínez, Fernando Martín García y Francisco Catalá Oliveras me recordó la gran tragedia de Puerto Rico que presenta la inmortal obra de René Marqués, La carreta. Dicen que el arte imita la realidad; en este caso la realidad parece sobrepasar el arte. La desgarradora ficción dramática de La carreta se queda corta ante esta descripción y explicación de la realidad de Puerto Rico que ha resultado de su situación colonial.
El año pasado tuve la oportunidad de ver una reposición de la obra clásica de René Marqués. Fue un evento teatral importante. La obra se presentó en la sala del Centro de Bellas Artes que lleva el nombre del dramaturgo. Adentro encontré a varias personas conocidas, de mi generación, algunas de las cuales me confesaron soto voce que habían estado en el estreno de la obra en Puerto Rico, en los años sesenta. Yo recordaba haberla visto a principios de los setenta, en el Teatro Tapia.
Para mí se trata de la gran tragedia puertorriqueña, aunque su temática trasciende nuestras playas y se torna universalista, en la medida que presenta un fenómeno que se ha reproducido en muchos otros lugares, especialmente en países de América Latina cuyos campesinos han mirado hacia el norte en la esperanza de encontrar la tierra prometida de la leche y la miel en los Estados Unidos. En el primer acto, la familia campesina de mediados de siglo veinte se apresta a mudarse a la ciudad. La pobreza de siempre se había tornado en miseria. Se abandonaba la agricultura y ya no se podría vivir de la tierra, que pasaba a nuevas manos. El progreso ahora se viviría, según nos informan los personajes, en la gran urbe, donde encontrarían nuevas formas de empleo y bienestar. Había que sustituir la carreta con la máquina de la fábrica. Sin embargo, el abuelo decide quedarse en el campo. No creía en la promesa. Se quedaría en la finca, donde al menos podría cosechar yautías para comer, hasta que pudiera. Interpreté la figura del abuelo como símbolo dramático de las fuerzas del pasado, que rehusaba aceptar los cambios del progreso que se vivía en el país.
En el segundo acto, la familia ya aparece instalada en La Perla, ese barrio de nombre contradictorio, que escondía desde su inicio, bajo la pulcritud y belleza de la madreperla sobre el grano de arena, la pudrición del arrabal, la miseria dependiente, y el deterioro social y moral. La familia trabajadora ahora depende del gobierno y de los maleantes del barrio. El niño cariñoso en el campo se trona delincuente y mentiroso. La antes inocente jibarita encuentra solución a su nueva situación en la prostitución, y ante lo inesperado, ocurre su victimización a manos de una insalubre abortera. Eran desarrollos imprevistos, el precio que había que pagar por el progreso económico.
No era, sin embargo, el fin del mundo. Culmina el segundo acto con la decisión de tomar un avión y trasladarse a la gran urbe neoyorquina, donde esperaban el verdadero progreso. En el tercer acto, allá, sólo encuentran la anomía del gueto, la incompatibilidad con valores dominantes, la discriminación, la desesperanza. El único paliativo era el sueño del regreso a la patria, pero ése nunca llega. La máquina de la fábrica no sólo había destruido la carreta del primer acto, y la fibra moral en el segundo acto, sino que termina tragándose, literalmente, la vida misma, en un trágico desenlace desgarrador al final de la obra.
Confieso que la primera vez que la ví, hace casi cuarenta años, yo estaba obnubilado, deslumbrado, como muchas otras personas, por los cantos de sirena del crecimiento económico que había ocurrido en Puerto Rico bajo Manos a la obra. Había sido víctima de los procesos de indoctrinación. La gran tragedia puertorriqueña se limitaba, según mi lectura original de la obra, en el precio que hay que pagar por el progreso económico.
Cuando vi la obra el año pasado, me percaté de que mi interpretación original estaba profundamente equivocada, y de que René Marqués era realmente un visionario. En boca del abuelo había adelantado que el cambio que se operaba era ficticio, destinado al fracaso. Por supuesto, mi nueva lectura de la obra es el producto de cuarenta años de estudio y de experiencias dentro de una nueva realidad en el país. No vivimos ahora un periodo exitoso de crecimiento económico que se le pueda adscribir a las condiciones políticas imperantes. Por el contrario, luego de varias décadas de crecimiento debido a fuerzas económicas mundiales que poco tenían que ver con nuestra relación con los Estados Unidos, luego de 112 años de vivir, o sufrir, bajo la soberanía de los Estados Unidos, Puerto Rico se encuentra en la bancarrota económica, social y moral. La recesión mundial reciente sólo ha servido para agudizar la recesión que ya se había apoderado de nuestra realidad desde dos o tres años antes. Ostentamos el dudoso honor de tener la tasa de crecimiento económico anual más baja de todo el hemisferio, y una de las más bajas de todo el mundo. El desempleo oficial ronda por el 17%, a pesar de que tenemos unas de las más bajas tasas de participación laboral. Los indicadores sociales dan vergüenza: criminalidad, problemas de salud mental tales como adicción a drogas, alcoholismo, suicidios y violencia doméstica, entre otros, deserción escolar, maternidad adolescente, falta de acceso a servicios de salud.
El catálogo es casi interminable. Estos no son los males que por vía de excepción surgen como resultado de un modelo económico en transición. No son "el precio del progreso". Esta es la realidad dominante, la norma, no la excepción. Esto es lo que ha producido el régimen colonial que ha imperado en Puerto Rico.
Cuando vi La carreta el año pasado me di cuenta de que el autor anunciaba desde su trinchera literaria la transformación de la economía de Puerto Rico, del monocultivo cañero controlado por intereses económicos extranjeros, que ya había transformado la pobreza campesina en miseria, a la entrega del país a los intereses económicos extranjeros de la manufactura en reglones muy limitados – primero la aguja, luego las petroquímicas, luego las farmacéuticas. Meramente cambiamos de dueño extranjero, y todo el diseño ha estado dirigido a sus intereses. Manos a la obra lo que ha significado es la entrega de las manos del país a la obra de los intereses económicos extranjeros. El desenlace trágico lo estamos viviendo. Ya el régimen actual no es "el progreso que se vive" como se llegó a decir en una época. El régimen colonial y su modelo económico, o más bien, ausencia de modelo económico viable, es la gran tragedia puertorriqueña. Lo que se vive es la pobreza, la anomía, la desigualdad, la desesperanza, la desintegración valorativa, el deterioro moral, el desprecio a la vida misma.
Puerto Rico nación independiente imperativo del siglo XXI contiene la explicación de todo lo que he señalado. Se trata de un libro que, además de una breve introducción y unos importantes apéndices que lo redondean, consiste de tres ensayos. Los ensayos describen y analizan desde tres ópticas diferentes el mismo problema de la relación colonial de subordinación política y dependencia económica entre Puerto Rico y los Estados Unidos.
El primero, escrito por Fernando Martín García, bajo el título de La nueva realidad continental y nuestra independencia, es una síntesis histórica que describe la realidad colonial de Puerto Rico. Comienza con el colonialismo bajo España desde que hace justamente 200 años, alrededor del 1810, comenzó a construirse la independencia de América Latina y cómo se frustró y queda inconclusa la propuesta bolivariana en el Congreso Anfictiónico de Panamá de incluir a Puerto Rico en el proyecto de la independencia. Nos habla de cómo, luego de manifestarse plenamente la nacionalidad en Lares pasamos treinta años más tarde a manos de Estados Unidos. Describe desde el punto de vista histórico las razones para el dominio de Puerto Rico, y la imposición de la ciudadanía, no en el 1900, sino en el 1917, como símbolo del propósito de gobernarnos a perpetuidad. Explica cómo el diseño político colonial vino acompañado por un diseño de explotación económica. El diseño pasó por una transformación de forma, aunque no de sustancia, con la creación del Estado Libre Asociado como entelequia jurídica que simulaba ambiguamente un constitucionalismo genuino para ocultar la verdadera subordinación preexistente, que quedaba intacta.
El segundo ensayo, de Francisco Catalá Oliveras, se titula autoexplanatoriamente La economía de Puerto Rico: del enclave colonial al imperativo de la independencia. Este trabajo, de enfoque económico, corre paralelo al ensayo de Martín, de enfoque histórico, y por tanto lo complementa. También comienza en el siglo XIX, con una explicación del surgimiento de los Estados Unidos como potencia económica, con una necesidad creciente de expandir su economía y su influencia económica y militar en el mundo. La adquisición de Puerto Rico fue, por tanto, no para expandir el imperio de la libertad del que había hablado Jefferson, y que el general Miles proclamó al llegar a Puerto Rico. La república americana se había transformado en un régimen que reclamaba la libertad de mantener un imperio. En consecuencia, lo que se estableció en nuestro país fue un enclave económico y militar. La transformación de la economía de los Estados Unidos en los años 30 repercutió en Puerto Rico. Las reformas del Nuevo Trato de Roosevelt llegaron a nuestras costas y transformaron el capitalismo. La economía agraria había fracasado. Había que sustituirla por una nueva manufactura al servicio de los intereses norteamericanos, mediante un modelo basado en incentivos contributivos. Ese modelo se agotó en los años setenta, y desde entonces el país ha ido hacia abajo, hasta llegar a la crisis económica que ahora sufrimos.
El tercer ensayo, de Rubén Berríos Martínez, se titula Nacionalidad, ciudadanía y nacionalidad dual: la ciudadanía americana y Puerto Rico. Es el producto de una profunda investigación jurídica sobre el delicado tema de la ciudadanía americana, que se ha erigido en Puerto Rico como una construcción ideológica supuestamente "atesorada" por el pueblo. Luego de una parte inicial en que Rubén aclara conceptos – nación, nacional, estado nacional, nacionalidad, ciudadanía, ciudadano – en diversas épocas y en diversos ordenamientos jurídicos, describe las diversas formas de adquirir y perder la ciudadanía de un país, o cómo adquirir más de una ciudadanía, tanto en Estados Unidos como en otros lugares. Luego de esta parte teórica, el ensayo describe cómo llegó la ciudadanía americana a Puerto Rico, y concluye que la única razón para imponerla en 1917, incluso contra la voluntad del pueblo y su liderato político, fue evidenciar, mediante una ciudadanía de segunda clase, que Puerto Rico sería posesión de Estados Unidos a perpetuidad. Fue una especie de carimbo colonial. Concluye Berríos que la ciudadanía americana en Puerto Rico no ha sido fuente de derechos, sino un símbolo de dominio y una exigencia de fidelidad. Y en cuanto a la ciudadanía en general, concluye que la reglamentación dentro de los propios Estados Unidos y en otros países responde a los intereses políticos que en un momento dado el país quiera adelantar. No hay nada escrito en piedra. La ciudadanía es un concepto que se maneja políticamente para adelantar objetivos políticos. El carimbo no es permanente. Es una especie de tatuaje borrable. Por supuesto, dice Berríos que el imaginario colectivo puertorriqueño considera aún a la ciudadanía como la gallina de los huevos de oro. Excepto – aquí Berríos coincide en su análisis con los otros dos autores – que la gallina ha dejado de poner huevos de oro. La situación económica es crítica, y se empiezan a dar las condiciones para identificar el régimen colonial y la ciudadanía americana con la gran tragedia que sufrimos.
Los ensayos de este libro son tres hebras que se entrelazan en una trenza multidisciplinaria. Los acercamientos histórico, económico y jurídico al mismo fenómeno del colonialismo en Puerto Rico tienen unos temas comunes. Los tres análisis coinciden en la descripción y análisis de la realidad. Configuran una unidad que debe ser lectura obligada para cualquier persona que interese que Puerto Rico salga del atolladero político, económico y social en que se encuentra. Mas allá de llorar amargamente en la escena final de La carreta, uno puede entender la gran tragedia puertorriqueña. Este libro ciertamente ayuda a comprenderla.
Toda tragedia debe provocar, luego de la desventura de sus protagonistas, una catarsis, una realización en los espectadores de lo que debe ocurrir para poner fin a la tragedia o evitarla en el futuro. Más allá de ayudarnos a entender la tragedia en tres actos, este libro contiene el esbozo del cuarto acto de la historia que nos corresponde a todos nosotros escribir.
Los tres autores coinciden en que el modelo económico sobre el que se sustentó el régimen colonial ha sido abolido, y que los intereses estratégicos que motivaron, con los económicos, la anexión de Puerto Rico, han ido desapareciendo: Culebra, Vieques, Roosevelt Roads y las demás bases militares.
El gobierno de los Estados Unidos ya no tiene los reparos que tuvo en el pasado, en aceptar que mantiene en Puerto Rico un régimen territorial, y en lugar de negar la territorialidad insistiendo ante las Naciones Unidas que Puerto Rico logró gobierno propio en 1952, por un lado acepta en documentos oficiales de la rama ejecutiva que ejercen poderes plenarios sobre Puerto Rico, y en los debates ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas no mueven un dedo para evitar la aprobación de las resoluciones anuales sobre Puerto Rico.
En la comunidad internacional, en especial en la América Latina, hay un creciente apoyo a la autodeterminación y la independencia de Puerto Rico.
Sin embargo, el Congreso rehúsa actuar. Ha tenido la oportunidad de hacerlo varias veces durante los últimos veinte años. En su actuación más reciente, la Cámara de Representantes ha tenido la osadía de proponer que en un plebiscito futuro figure, por mandato de ley federal, la relación territorial actual como alternativa para el futuro. Es una falta de respeto al pueblo de Puerto Rico que ante la propuesta de un proceso de autodeterminación, para acabar con el colonialismo en Puerto Rico, el Congreso siquiera se le ocurra proponer la colonia como solución. Una vez más, prevalece el inmovilismo y la voluntad de perpetuar la gran tragedia puertorriqueña.
Catalá concluye en su ensayo que la única solución al problema económico de Puerto Rico radica en la independencia. Destruye el viejo mito de que la independencia era bonita pero económicamente no viable; ahora resulta en que lo que es inviable es la colonia, y que la independencia es la única salvación del país. Martín concluye que se dan circunstancias históricas nunca antes vistas para adelantar la causa de la independencia como solución a la crisis del país, con una nueva actitud en Estados Unidos, y con la solidaridad de la comunidad internacional, en especial de América Latina. Berríos concluye que los constructos jurídicos son modificables para adelantar objetivos políticos, y que en estos momentos se empieza a ver claramente que los Estados Unidos, después de 112 años, todavía no quieren que Puerto Rico forme parte de su federación en la estadidad.
Hay que crear la masa crítica en Puerto Rico para reclamar un cambio descolonizador. Y esa masa crítica se consolidará cuando coincidan los esfuerzos en los tres frentes de lucha: en Puerto Rico, mediante un movimiento independentista coherente, claramente definido, organizado, que aglutine fuerzas, respetando la diversidad; en Estados Unidos, mediante la exigencia de un proceso de autodeterminación; y en el escenario internacional, mediante la creciente presión especialmente de América Latina, ya sea de índole política, diplomática o jurídica.
Gracias a los autores por escribir estos ensayos y por lograr la publicación de este libro, que nos brinda un faro de luz dentro de la niebla imperante.