Enviado por Omar a través de Google Reader:
Discurso pronunciado en Hunter College, Nueva York el 20 de noviembre de 2010
En primer lugar, mi agradecimiento a los organizadores y organizadoras de esta actividad por su gentileza al invitarme a estar aquí esta noche, y a Hunter Collage por recibirnos. De manera especial, quiero subrayar la presencia y el apoyo de los representantes de los países hermanos de Cuba y Venezuela. Recordando a Martí: la independencia de Puerto Rico es el verso que queda por escribir en el poema de libertad que empezó a escribir América Latina en el 1820. Y así, estamos aquí hoy, convocados por la memoria de una mujer extraordinaria, y continuando la tradición de hacer de Nueva York, un centro de conspiración para la libertad de nuestros pueblos; luchando desde las entrañas del monstruo.
No recuerdo cuándo fue la primera vez que vi en persona a Lolita Lebrón. Tiene que haber sido en un Grito de Lares, a donde acudía año tras año en fervoroso peregrinaje, aun cuando su salud ya aconsejaba no hacer el esfuerzo. Y creo que no puedo distinguir esa primera vez que la ví, porque con la gente famosa, a los que uno mira o admira desde la distancia, suele pasar que con el acercamiento personal, pierden algo en tamaño, se hacen más comunes, más como todos, más próximos a lo normal y cotidiano. Pero no con Lolita. No hubo una ocasión, ninguna, de las muchas que tuve el privilegio de estar cerca de ella, en que no me sintiera avasallada por su presencia. Su presencia siempre era gigante, siempre tenía un poder especial, y si les digo que persiste, no lo hago por recurrir al lugar común de que "los muertos siempre están con nosotros". Es que de verdad, una existencia tan intensa como la de Lolita, no se desvanece con la simple transición de dimensiones que es la muerte.
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