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Opinión - El Nuevo Día
04-Julio-2008 | ANA LYDIA VEGA
Escritora
Otro cuatro de julio
Hay un dicho puertorriqueño que siempre me ha intrigado, aquel que acusa a alguien de creerse "un cuatro de julio" cuando, en realidad, no es más que "un martes en Culebra".
Esa ocurrencia tiene que haber surgido en la época de las ostentosas paradas militares que desfilaban, con tanques de guerra y fanfarria de entierro, a lo largo de la avenida Ponce de León. Mientras bandadas de aviones de propulsión a chorro surcaban el cielo brumoso del verano, destacamentos del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y la Guardia Nacional de los Estados Unidos marchaban ante un templete improvisado para recibir la bendición oficial.Escena más pintorescamente colonial no es posible imaginar. Con su corillo de funcionarios amaestrados, el gobernador trajeado de dril blanco, la ensombrerada primera dama y la enmoñada alcaldesa de la capital saludaban orondos y sonrientes el paso apabullante de la milicia imperial. Junto a ellos, en primera fila, los generales gringos sudaban la gota gorda abrumados por el peso conjunto de uniformes, calores y discursos, ansiando el momento del cubalibre helado en la terraza del Officer's Club.
Glorias castrenses del ayer, cabe señalar. La magna conmemoración de antes ha ido desmereciendo con el tiempo. Hoy día, el cuatro de julio se acerca a la insignificancia de un martes en Culebra. Es más, precisamente para Culebra -entre otros destinos playeros- es que emigran las masas boricuas que una vez hubieran vitoreado, banderitas multiestrelladas en mano, la rimbombante procesión marcial.Ahora, si no es a fuerza de fanatismo partidista, guaguas fletadas, empleados presionados y orquestas de moda, ni los deambulantes se prestan para ir a ovacionar arengas trilladas bajo el fuete implacable del sol. Y, ciertamente, no deja de extrañar que, en un país tan dominado por el delirio yankófilo, los ritos nacionales estadounidenses motiven tan poco a la gran mayoría. Muestra elocuente de ello es la reciente primaria demócrata, de escasísima participación electoral. ¿Será que nos ha alcanzado, al fin, la conciencia del absurdo? ¿O, por lo menos, la del ridículo?
La conciencia, esa mosca majadera, zumba a la sordina en lo que el absurdo y el ridículo siguen de guardia. Absurdo es, por ejemplo, aclamar la independencia ajena mientras se le huye a la propia. Ridículo, ufanarse de unos derechos democráticos que no se pueden ejercer. Absurdo y ridículo resulta desvestirse de uno mismo para disfrazarse de otro, conformarse con simulacros de gobierno propio, entrar en componendas con la impostura.Las festividades del cuatro de julio nos colocan a todos en posición embarazosa. La Revolución Americana, la primera en darle el golpe de gracia a la dictadura monárquica, fue el modelo de lucha que inspiró a franceses, haitianos e hispanoamericanos en el adelanto de sus causas libertarias. No hay mejor manera de reverenciarla que asumir su legado histórico. La comprensión cabal del significado de esa fecha debería propiciar una reflexión descolonizadora.
Se necesitaría, por otra parte, un acto prodigioso de malabarismo sicológico para lograr reconciliarnos con las dos caras contradictorias de los Estados Unidos. Como el personaje dividido de aquel famoso relato de Robert Louis Stevenson, Tío Sam es a la vez Tío Jekyll y Tío Hyde. Tío Jekyll exhibe su cara luminosa, la del vecino dadivoso, la del benefactor de la humanidad. Tío Hyde oculta su cara monstruosa: la del jaquetón abusivo, la del saqueador solapado del patrimonio universal.Me esfuerzo por entender la mentalidad de los estadistas tomando prestada su perspectiva ideológica. Si yo creyera en la anexión como destino político ideal para Puerto Rico, me negaría a ejecutar, cada año, la misma pantomima grotesca. Festejaría el cuatro de julio en son de protesta, reclamando a viva voz los poderes que el campeón original del anticolonialismo se niega a reconocernos.
Tienen razón quienes se fugan a la playa, quienes hastiados, asqueados o desentendidos del oportunismo y el engaño, le sacan el cuerpo a esas ceremonias perpetuadoras de nuestro malestar. Así es como se rinde honor al cuatro de julio, rechazando lo inaceptable, abrazando la verdad.En resumidas cuentas, más vale ser un martes en Culebra -esa miniatura de patria, única en su belleza, protagonista de su propia épica insular- que un cuatro de julio en Puerto Rico, sosa liturgia de libertades confiscadas, hueco tributo al servilismo y a la inmovilidad.