Ana Lydia Vega
Escritora
3 de febrero de 2009
Cuando el Partido Nuevo Progresista gana las elecciones, cunde el pánico entre los derrotados. Aun respaldado por el voto mayoritario, su triunfo es percibido por la disidencia como un golpe de estado institucional. Cualquiera diría que ha llegado el fin del mundo o el resurgimiento de la barbarie. Y uno se pregunta la razón del sobresalto general.
No es que el PNP se distinga tantísimo de su principal competidor. El reemplazo de batatas, la redistribución del guiso y el incumplimiento de promesas son ya secuelas rutinarias del relevo partidista. Tal vez lo que resulta antipático es esa política de tábula rasa que pretende borrar de un gomazo todo pasado inoportuno. Empezar en cero y reinventar la rueda son las consignas que procuran acelerar el advenimiento de la verdadera y definitiva "unión permanente".
Como partido que predica el ambiguo credo de la descolonización por la vía de la asimilación, el PNP ha mantenido una incómoda convivencia con la cultura puertorriqueña. Por un lado, invoca la peregrina teoría de "la estadidad jíbara", según la cual la anexión a los Estados Unidos sería perfectamente compatible con las costumbres criollas. Y por otro, impulsa medidas drásticas que desmienten la idílica tesis de una incorporación indolora al sistema americano.
Esa duplicidad amenaza con quebrar la falsa armonía del actual estatus, construido sobre el disimulo de los antagonismos ideológicos. Haciendo gala de una audacia que los distancia de sus tímidos adversarios, los estadistas alborotan el gallinero con su diplomacia de mollero y se tiran de pecho en las aguas turbias de la contradicción.
El día mismo del copo electoral de su partido, nuestro flamante Comisionado Residente en Washington proclamaba a voz en cuello que la cultura puertorriqueña no era negociable. No había transcurrido un mes desde la inauguración oficial de su jefe máximo cuando ya volvían a soplar ventarrones asimilistas en la cúpula del PNP.
Que si Guayama City, que si la educación bilingüe, que si una lengua preferencial… Parece que las lecciones de la historia reciente no han calado demasiado hondo en el liderato de la palma. Durante la primera mitad del siglo veinte, la imposición cañonera del inglés como vehículo central de instrucción pública no despertó más que resentimientos y rebeldías.
Desde entonces, todo intento abierto o solapado de ajocicarnos "el difícil" por ojos, boca y nariz se ha estrellado contra un muro invisible de resistencia. Ésa fue la suerte del ingratamente recordado proyecto para la fabricación del "ciudadano bilingüe", aportación suprema de un funcionario justamente olvidado.
Pero los fracasos del ayer no desalientan a los tercos promotores del inglés a la trágala. Mientras su metrópoli adorada se ve forzada a reconocer la coexistencia inquieta del español, ellos se emperran en la doctrina patética del "English First". ¿Sabrán que el aprendizaje exitoso de un idioma extranjero requiere el dominio previo de la lengua materna?
La enseñanza necesaria del español y del inglés se ha visto torpedeada por los juegos electoreros de nuestros gobernantes. Los mitos generados por la dependencia han invertido valores y deformado realidades. Así, el español sería la tara ancestral que nos condena a la vulgaridad y el atraso. El inglés constituiría el milagroso instrumento de nuestro ascenso a la elegancia y el progreso. ¡Como si sólo la alquimia lingüística garantizara el ingreso al exclusivo club de los privilegiados de la tierra!
El servilismo imitativo apodado "pitiyanquismo" - actitud que no es privativa del PNP – ha estimulado y a la vez limitado el crecimiento del anexionismo. Atrae a los que anhelan travestirse de americanos para superar el déficit de autoestima producido por la deseducación colonial. Repele a los que aspiran a la conquista de unos derechos políticos y económicos, pero no están dispuestos a las transacciones desiguales.
Mi padre, Virgilio Vega, era estadista. Nació y creció en la miseria. Asociaba toda mejora lograda en el país a los buenos oficios del gobierno federal. Por haber trabajado duro desde la infancia, no pudo ir a la escuela. Autodidacta entusiasta, vivía rodeado de libros y escribía finas décimas en un español impecable.
Aunque la vida nos marcó caminos divergentes, tengo una admiración inmensa por aquel jíbaro emprendedor del barrio Pulguillas de Coamo. Sus posturas jamás lo alejaron de sus querencias. Hoy quisiera pensar que hay muchos como él, puertorriqueños sensatos y seguros, firmes en el aprecio de su cultura nacional.
"Podemos decir que tenemos un ideal solamente cuando hacemos un esfuerzo por realizarlo." - Gandhi
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