martes, 12 de julio de 2011

De la necedad a la suciedad




De la necedad a la suciedad

EDGARDO RODRÍGUEZ JULIÁ

Gordon K. Lewis, un estudioso galés de los modos y maneras de la sociedad y política puertorriqueña, nos aseguraba, según esa curiosidad y perplejidad que animan el oficio del colono, que los puertorriqueños éramos seres especialmente inclinados a tener como héroes deportistas y músicos populares. Es decir, nuestro temperamento sería marcadamente romántico o salsero en uno de sus extremos, y decididamente juvenil en el otro, siendo el deporte, quizás, entusiasmo de gente a medio hacer. Nada nos dijo de la contemplación filosófica, o la religiosidad sin panderetas. La vida interior es tan extraña al puertorriqueño como el quimbombó y el panapén a la dieta yanqui.

José Juan Barea, con todos los clisés apestosos cargados como los llevaría el hombre de la emulsión de Scott -alma de gigante, Puerto Rico es pequeño aunque grande de corazón, nuestro David frente al Goliat de Lebron James- motivó esa orgía de necedad mediática que va convirtiéndose en el tercer gran componente de nuestro temperamento. Estaba de viaje en México y me ocupé de ver el juego de campeonato entre Dallas y Miami. Pero tampoco es para tanto. En vez de baile, botella y baraja, tenemos reguetón, deporte y necedad, esa marca indeleble de la adolescencia colonial.

Como ejemplo de esta necedad -que es una variante de la idiota saciedad resultado del consumismo- animó el mes de junio la fugaz visita del presidente Obama, que tuvo como resultado inmediato que el Partido Popular Democrático proclamase que sí somos un territorio, ¡y qué!, ¡somos súbditos coloniales!, ¡y qué! De la diplomacia en Kasalta a la desfachatez política solo media un sorprendente golpe publicitario. Pero esta vez no hubo exaltación del boricuazo; Obama se quedó sin visitar una fonda retro como La Casita Blanca y sí visitó una panadería de españoles atendida por dominicanos, donde se comió una croqueta española con una variante -la inefable medianoche, "presidential selection"- de esa redundancia barroca que es el palabrero sandwich cubano. Esta vez no tuvimos el pueril orgullo de que se comiera una alcapurria, o uno de esos mezquinos "bocadillos" puertorriqueños que parecen tostados en fotocopiadora. Es como una vez me dijo el dueño de Kasalta para justificarme los pocos empleados boricuas en su panadería: "Es que ustedes los puertorriqueños son muy nobles…".

Nunca supe muy bien qué me quiso decir Jesús Hebrón con aquello de nuestra nobleza, pero lo que sí sé es que el alma puertorriqueña ha vivido -a través del histórico Partido Popular Democrático- seducida por ese materialismo vulgar llevado al absurdo que señala cualquier discusión del status, cualquier intento legítimo por superar nuestra condición de inferioridad política e indignidad colonial, como algo abstracto e inútil. Es como decirle al esclavo -aún con la cadena larga que reconocía Muñoz Marín- que la libertad y la igualdad son sus peores ilusiones. Hay que mantener al puertorriqueño en la saciedad del consumismo y la dependencia. El destino del Partido Popular Democrático -partido que en tantos aspectos le sirvió bien a Puerto Rico- como el principal defensor de este pragmatismo resulta penoso. Muñoz Marín, en aquellos momentos en que más le remordía la conciencia y más se parecía al retrato de Rodón, y ya acatando el destino de un Puerto Rico integrado a los Estados Unidos, hablaba de pagar alguito de impuestos federales y reclamar el voto presidencial, así cultivar una loca pretensión de igualdad, aunque fuera en país aparte aunque asociado. Cuando Muñoz se sacó aquella estadidad "light" del sombrero, estábamos a muchos años de las galimatías de García Padilla en la entrevista que le hizo el periodista Jorge Ramos.

Terminó el mes cuando la Universidad de Puerto Rico nos aseguró que no somos tan pequeños como el 100 x 35 (que son 111 millas de largo, pa' que sepas) y Jorge Santini se sacó -no sabemos de dónde, quizás de alguna confidencia de Hilton Cordero- que Alejandro García Padilla disfruta la pornografía infantil. Habría que añadirle a nuestro gusto por Barea, las Campanitas de Cristal y la necedad, ese regusto callejero por la vulgaridad de la televisión boricua y la suciedad casi inconcebible de un Jorge Santini.

El arresto del ex-baloncelista Piculín Ortiz por cultivo de marihuana vino a confirmarnos que el sueño de verano de J.J. Barea puede convertirse en la pesadilla nuestra de cada día. Esta vez el ídolo deportivo en desgracia mereció menos clisés mediáticos, porque la tragedia de un país sumido en la violencia narco nos obliga a reflexionar con algo más que frases como "el héroe caído", o "el héroe con los pies de barro".



 

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