jueves, 12 de noviembre de 2009

Mentiras y calumnias


Por Edwin Irizarry Mora
Ex Candidato a Gobernador
Partido Independentista Puertorriqueño
10 de noviembre de 2009


Dr. Edwin Irizarry Mora

Con demasiada frecuencia el independentismo puertorriqueño ha sido víctima de agendas elaboradas con la firme intención de desprestigiar a su liderato. Esta situación no es nueva en nuestra historia política. Le ocurrió a don Pedro Albizu Campos, cuando las versiones oficiales le acusaban de mil y una cosas distintas, todas ellas falsas, según se demostró a la saciedad. Le ocurrió a don Gilberto Concepción de Gracia durante las décadas del cuarenta al sesenta, cuando el Partido Independentista Puertorriqueño que fundó y mantuvo en el debate público a fuerza de puro sacrificio se convirtió en una amenaza para los intereses creados por el Partido Popular.

Le ocurrió posteriormente a Rubén Berríos, y también al liderato de otras organizaciones patrióticas, como fue el caso del Partido Socialista Puertorriqueño, por mencionar un ejemplo.

El que tenga duda de la enorme cantidad de mentiras, calumnias y atropellos que se articularon viciosamente contra el liderato independentista y contra la militancia de organizaciones estudiantiles y sindicales, que examine el contenido de las sobre 135,000 carpetas que preparó la Policía de Puerto Rico a lo largo de décadas. El último capítulo de esta trama se cerró hace unas semanas, con el triunfo judicial del PIP. No obstante, a la altura de nuestros tiempos esta práctica violatoria de nuestros derechos continúa ejecutándose.

Durante los pasados diez años, aproximadamente, la faena de intentar desprestigiar al liderato independentista ha continuado.

Esta vez ocurre de manera más abierta ­públicamente- especialmente a través de programas de radio y televisión. Si bien es cierto que en los diversos programas de análisis político que han ido al aire durante la última década el público ha tenido la oportunidad escuchar los planteamientos de hombres y mujeres honestos de distintas ideologías, por desgracia se ha entronizado una tendencia altamente peligrosa. Peligrosa no sólo porque desinforma, engaña, acusa sin pruebas y confunde a mucha gente, sino también porque los protagonistas la han convertido en su modus vivendi. Algunos son dueños de sus programas, mientras otros reciben salarios por complacer a personas para que digan lo que a éstas les gusta que digan. Afortunadamente, a mi juicio, todavía la mayoría de los analistas y de los productores de programas de análisis político son personas decentes y resp e t a b l e s.

La última gran mentira que algunos de estos personajes de la radio puertorriqueña han difundido con la misma mala intención de desprestigiar y de hacer daño, es que presuntamente el autor de esta columna mantiene contratos con la actual Administración gubernamental. Según me cuentan, han repetido tantas veces esa falsedad, esa calumnia maliciosa, que algunas personas que escuchan a menudo esos programas hasta se lo han llegado a creer. Mi reacción a ese comentario absurdo ha sido la misma que mantuve durante el pasado proceso electoral, cuando se dijeron mentiras parecidas con tal de que el candidato a gobernador del PIP sacara pocos votos: simplemente dejé que continuaran con su tarea y que, más temprano que tarde, se estrellaran aparatosamente contra el muro indestructible de la verdad.

Mi invitación, que jamás aceptan los portavoces de la mentira, es a que prueben lo que dicen. De más está decir que las pruebas nunca aparecen porque saben que se trata de una agenda para dañar, para manchar, para hacerle creer a nuestra ciudadanía que en la vida pública no hay personas honestas y decorosas.

Cuando se está consciente de que se ha obrado bien, de que uno tiene como herencia el amor al trabajo y el servicio a los demás ­que fue lo que recibí de mis padres, quienes ni siquiera completaron escuela superior, pero la pobreza en que vivieron no les impidió enseñarme valores que he mantenido a lo largo de mi vida-- no me queda otra opción que sentir una profunda lástima por las personas que se dedican al ejercicio de la calumnia, al chisme y a la difamación y que destilan odio y reproches cada vez que enjuician a cuanto ser humano se les antoja.

Y en el caso de este servidor debo decir algo más. Desde que comencé en la vida pública como dirigente del PIP, y después de más de 20 años enseñando en la Universidad de Puerto Rico, sería un verdadero hipócrita si hablara de estos temas y tuviera algo que esconderle ­por más mínimo que fuera-- a las personas con quienes me he relacionado en ambos roles. Se me caería la cara de vergüenza. Por eso hoy puedo afirmar que he conocido hombres y mujeres, de distintas ideologías y formas de pensar, de quienes desde muy temprano aprendí que siempre debe decirse la verdad, que debemos perdonar al que nos ofende y que jamás permitamos que el odio nos ciegue o perturbe. Esos son mis principios.




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