Porcinadas
ANA LYDIA V EGA ESC R I TO RA | | T oda crisis acarrea daños, pero también beneficios marginales.
Para algunos, el toque de queda impuesto por el virus AH1N1 ha representado una especie de cuarentena sicológica. Para otros, se ha traducido en unas vacaciones prolongadas. A mí me ha brindado la ocasión de compartir con ustedes las siguientes observaciones.
Antes que nada, un planteamiento de tipo filosófico. Hay un misterio más indescifrable que el de la existencia de D i o s.
Como sé que les resultará difícil aceptar semejante enormidad, someto el mentado misterio a su amable consideración: ¿Por cuál oscura razón Puerto Rico siempre se las arregla para alcanzar un sitial de honor en cuanto registro comparado de catástrofes internacionales sale publicado en la prensa? Es como para devanarse los sesos. En materia de desastres sociales, la isla compite de tú a tú con verdaderos gigantes planetarios. ¡Para eso sí que se nos reconoce soberanía! ¿Será que en otras naciones de dimensión modesta no hay estadísticas disponibles? ¿O nos habremos convertido en maqueta y muestrario de la calamidad universal? Ahora resulta que somos el quinto país del mundo con mayor número de muertes por gripe porcina. Hace poco, un extinto secretario de Salud aseguraba muy orondo que esa plaga bíblica jamás traspasaría las plácidas costas del Borinqueño Edén. Olvidaba, sin duda, lo perfectamente traspasables que son. Y, tema migratorio aparte, hubiera tenido que explicar, antes de su retiro prematuro, cómo es que de repente alcanzamos tan pasmosa tasa de mortandad.
Salta a la vista la inevitable conclusión: los gobiernos están irremediablemente incapacitados para decir la verdad.
Que conste: no le estoy achacando a nuestra sacrificada clase dirigente el menor asomo de mala fe política o ineptitud profesional. No, señores, de ninguna manera. Se trata de una bien intencionada terapia preventiva. Admitir que algo anda mal podría incidir negativamente en el ánimo de la ciudadanía. El discurso mentirosamente optimista es un imperativo clave de la higiene mental.
Ojo: no todos los funcionarios obedecen la consigna del embuste terapéutico.
En ocasiones, los exabruptos de algunos producen declaraciones un tanto embarazosas. Casi admiré el aplomo con que el actual secretario de Educación responsabilizó a la nefasta Ley 7 por los despidos de conserjes que impidieron el oportuno saneamiento de los planteles públicos. Amén de la sonrisa con que proclamó que el estado deplorable de las escuelas es el mismo desde épocas inm e m o r i a l e s.
Tranquilos: no pretendo analizar aquí las agotadoras ejecutorias de los líderes de turno. Mucho más dignas de interés me lucen las repercusiones cotidianas de la epidemia en esta atribulada Antilla.
De pronto, microscópicos girasoles virales retan la intimidad pegajosa del trópico. La recomendación oficial de guardar distancia y categoría ha extendido al plano físico las normas del encierro urbanizado. Por no renegar del derecho al toqueteo, muchos adoptan el abrazo sin manos, el codazo indoloro o el juguetón roce de nudillos popularizado por los Obama. Otros aprietan y besan a saciedad para luego despellejarse manos y labios a fuerza de "sanitizer ".
Ante la alarmante escasez del codiciado producto, la fiebre de la acaparación ha venido a revivir el cadáver de la economía. Ni dos segundos duran en las góndolas los cargamentos del preciado gel. Por Internet y Express Mail los encargan los más impacientes. Con sábila, alcohol y botellas recicladas, el ingenio de algún desempleado podría fabricarlo en casa para las ventas de s e m á f o ro.
El Tamiflú, Santo Grial del deseo colectivo, es recetado a tutiplén hasta por dentistas y podiatras. Hay gente que presenta, con total desparpajo, quince recetas para familiares saludables. Si el virus ha de afectar a una tercera parte de la población, que Dios nos coja confesados cuando no quede en las farmacias ni una sola de esas cápsulas milagrosas para socorrer a los realmente i n f e c t a d o s.
Y es que la pasión del consumo se revela más poderosa que la propia fobia al contagio. En días recientes, la apertura de una nueva tienda de ropa en Plaza las Américas reunió a más de doscientas personas. Por un bienaventurado instante, la clientela se olvidó de la peste bubónica, de la amenaza corporal del prójimo y del dichoso "kit de superv i ve n c i a " para darse un soberano gust a z o.
Según los vaticinios científicos, esto apenas está comenzando. Seguiré en sintonía.
Aunque escribir con guantes y mascarilla es una auténtica pejiguera...
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