Tres años atrás, uno de los jefes federales en la Isla mandó a preguntar que por qué tantos puertorriqueños admiraban a Lolita Lebrón. El funcionario dio a entender que ella no era mujer que sirviera como ejemplo de nada porque había protagonizado un acto de terrorismo. Ahora que la hemos perdido es hora de volver a proclamar por qué es tan importante para nosotros.
Quizás el desconocimiento de la Historia del funcionario le impidió entender el cómo y el porqué de los luchadores de las gestas de liberación nacional quienes, hijos de la violencia y ahijados de la guerra, a lo largo del siglo XX, en todo el planeta, optaron por la lucha armada como la manera más efectiva de enfrentar las metrópolis coloniales y lograr sus objetivos políticos.
Y, a diferencia de lo que sucedió en Puerto Rico, en la mayoría de los países los grupos nacionales lograron la soberanía y pudieron editar sus propios libros de historia donde los militantes figuran como los héroes que fueron y no como terroristas.
La Segunda Guerra Mundial apenas había terminado y la Guerra de Corea estaba cuajándose cuando, en 1946, en su afán por sacar a los ingleses de Israel, guerrilleros de un comando de la Irgún, organización de la resistencia israelí, disfrazados de árabes, colocaron bombas en el Hotel King David, donde estaban la oficinas del Secretariado Británico y destruyeron la hospedería causando la muerte a más de 90 personas.
Esos hombres son recordados hoy día como padres de la patria y el líder de la Irgún para ese entonces, Menachem Begin, llegó a ser primer ministro de su país. Ocho años más tarde, en 1954, el mundo entero arde en luchas: surge el Frente de Liberación Nacional de Argelia, Estados Unidos manda matar a Augusto César Sandino en Nicaragua, la colonia de Indochina se rebela contra Francia y vence a sus ejércitos en Dien Bien Phu, dando lugar al comienzo del conflicto de Vietnam y Pedro Albizu Campos convoca a un grupo de nacionalistas, que incluye a Lolita Lebrón, a atacar el Congreso de Estados Unidos para reclamar la libertad para la Isla.
Blandiendo armas y colocando bombas es como se lucha entonces en todos los f re n t e s.
¿Que por qué se admira a Lolita, señor federal? Porque ella compró un boleto de ida solamente, de Nueva York a Washington; porque caminando hacia el Capitolio sus compañeros le dijeron que era tarde y estaba lloviendo... que lo dejaran para el otro día y ella respondió que si ellos se retiraban, ella iría sola; porque entre los periódicos donde cargaba escondida su pistola, llevaba también, como talismán, la bandera de su p a í s.
Porque no fue a matar a nadie, sino a inmolarse, por eso disparó hacia el techo y esperó que le mataran a tiros, pero en vez, le capturaron. Porque, enchapada a la antigua, entendía cabalmente que estaba transgrediendo leyes vigentes, cometiendo actos punibles, y no pretendió excusarse. Así, aceptó su castigo: cumplió 25 años, seis meses y 11 días de prisión. Porque aunque muchos de nosotros nunca hayamos portado armas y creamos en otras formas de lucha contra las inequidades, sabemos que toda comunidad, llámese patria, nación, o estado nacional, necesita de mujeres indómitas y hombres indómitos, de personas como Lolita Lebrón quienes, cuando deciden luchar, lo hacen de frente y sin ambages. Porque fue costurera y en el tapiz de la historia de Puerto Rico, le tocó bordar un capítulo violento y auténtico como los que tienen todos los países como parte de su formación. Tenemos en gran estima a Lolita, señor federal, porque creyendo en la lucha armada, lucha armada dio; porque no se tapó la cara; por su hechura, su talante, su compostura; porque capturada, no se echó a llorar.
Pero sobre todo, la admiramos porque, al contrario de tantos simulacros de revolucionarios contemporáneos, su objetivo no fue fama, sino justicia.
Quizás el desconocimiento de la Historia del funcionario le impidió entender el cómo y el porqué de los luchadores de las gestas de liberación nacional quienes, hijos de la violencia y ahijados de la guerra, a lo largo del siglo XX, en todo el planeta, optaron por la lucha armada como la manera más efectiva de enfrentar las metrópolis coloniales y lograr sus objetivos políticos.
Y, a diferencia de lo que sucedió en Puerto Rico, en la mayoría de los países los grupos nacionales lograron la soberanía y pudieron editar sus propios libros de historia donde los militantes figuran como los héroes que fueron y no como terroristas.
La Segunda Guerra Mundial apenas había terminado y la Guerra de Corea estaba cuajándose cuando, en 1946, en su afán por sacar a los ingleses de Israel, guerrilleros de un comando de la Irgún, organización de la resistencia israelí, disfrazados de árabes, colocaron bombas en el Hotel King David, donde estaban la oficinas del Secretariado Británico y destruyeron la hospedería causando la muerte a más de 90 personas.
Esos hombres son recordados hoy día como padres de la patria y el líder de la Irgún para ese entonces, Menachem Begin, llegó a ser primer ministro de su país. Ocho años más tarde, en 1954, el mundo entero arde en luchas: surge el Frente de Liberación Nacional de Argelia, Estados Unidos manda matar a Augusto César Sandino en Nicaragua, la colonia de Indochina se rebela contra Francia y vence a sus ejércitos en Dien Bien Phu, dando lugar al comienzo del conflicto de Vietnam y Pedro Albizu Campos convoca a un grupo de nacionalistas, que incluye a Lolita Lebrón, a atacar el Congreso de Estados Unidos para reclamar la libertad para la Isla.
Blandiendo armas y colocando bombas es como se lucha entonces en todos los f re n t e s.
¿Que por qué se admira a Lolita, señor federal? Porque ella compró un boleto de ida solamente, de Nueva York a Washington; porque caminando hacia el Capitolio sus compañeros le dijeron que era tarde y estaba lloviendo... que lo dejaran para el otro día y ella respondió que si ellos se retiraban, ella iría sola; porque entre los periódicos donde cargaba escondida su pistola, llevaba también, como talismán, la bandera de su p a í s.
Porque no fue a matar a nadie, sino a inmolarse, por eso disparó hacia el techo y esperó que le mataran a tiros, pero en vez, le capturaron. Porque, enchapada a la antigua, entendía cabalmente que estaba transgrediendo leyes vigentes, cometiendo actos punibles, y no pretendió excusarse. Así, aceptó su castigo: cumplió 25 años, seis meses y 11 días de prisión. Porque aunque muchos de nosotros nunca hayamos portado armas y creamos en otras formas de lucha contra las inequidades, sabemos que toda comunidad, llámese patria, nación, o estado nacional, necesita de mujeres indómitas y hombres indómitos, de personas como Lolita Lebrón quienes, cuando deciden luchar, lo hacen de frente y sin ambages. Porque fue costurera y en el tapiz de la historia de Puerto Rico, le tocó bordar un capítulo violento y auténtico como los que tienen todos los países como parte de su formación. Tenemos en gran estima a Lolita, señor federal, porque creyendo en la lucha armada, lucha armada dio; porque no se tapó la cara; por su hechura, su talante, su compostura; porque capturada, no se echó a llorar.
Pero sobre todo, la admiramos porque, al contrario de tantos simulacros de revolucionarios contemporáneos, su objetivo no fue fama, sino justicia.