Enviado por Omar a través de Google Reader:
Rubén Berríos observa la concentración desde un puente peatonal |
Las imágenes aún quemaban en la memoria. Jóvenes sentados en el suelo mientras policías, como máquinas frenéticas, los golpeaban sin misericordia. Una muralla de músculos uniformados que barría a puertorriqueños y puertorriqueñas de las escalinatas del Capitolio. La danza estridente de empujones, macanazos y gases lacrimógenos contra la multitud. Y aquel abrazo desesperado en el que madre e hija se fundían ante la figura amenazante, desproporcionada, de un miembro de la Fuerza de Choque que sujetaba su rotén.
El abuso policiaco en contra de universitarios, profesores, obreros, militantes del Partido Independentista Puertorriqueño y otros manifestantes que el 30 de junio de 2010 protestaban principalmente por el cierre al acceso del hemiciclo del Senado provocó el estupor, el dolor, la indignación y la solidaridad de un pueblo que veía horrorizado cómo la administración colonial de turno suprimía con brutalidad a ciudadanos que ejercían su derecho a repudiar el autoritarismo y las injusticias cometidas por el gobierno estadista.
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