En marzo de 2003 el profesor economista, Dr Francisco Catalá, publicó el siguiente artículo que también se encuentra en el Portal del PIP.http://www.independencia.net/topicos/econo5_catala.html Economía y status
Foro Empresarial
domingo, 9 de marzo de 2003
Por Francisco A. Catalá Oliveras
MIENTRAS MAS se intenta eludir el problema del status de Puerto Rico más evidente es la necesidad de enfrentarlo. La dimensión política y la económica, como todos los hilos del tejido social, están inextricablemente unidas.
Cuando se carece de agilidad y diversidad institucional, cuando no se tiene poder y se le teme al cambio necesario para obtenerlo, se pierde la capacidad de desarrollo. (Ilustración de Juan Alvares O'nell)
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Suponer que se puede dejar una en reposo para concentrar la atención en la otra constituye un error que suelen cometer los que visualizan al status como si fuera una burbuja ideológica ajena a la realidad socioeconómica.
Para éstos la discusión en torno a la relación institucional de Puerto Rico con los Estados Unidos, y con todos los países del mundo, se reduce a una impertinencia política. Es paradójico que los que así opinan, con una visión tan insularista y aislante, son muchas veces los primeros en reconocer la importancia del fenómeno de la globalización.
Sería insensato negar las dificultades económicas que requieren atención inmediata. Estas dificultades se acentúan durante los períodos de recesión que de manera recurrente se dan en todas las economías de mercado.
Entonces se estanca o contrae la actividad económica, aumenta el desempleo y se reduce la base fiscal, con el consecuente efecto adverso en el presupuesto gubernamental. Así sucedió a mediados de la década de 1970 y durante los inicios tanto de la década de 1980 como de la década de 1990.
Ahora, con la reducción de 0.2% en el Producto Nacional Bruto Real del año fiscal 2001-2002 y con las pobres perspectivas para el año fiscal en curso, se repite la experiencia. En la presente coyuntura recesionaria se destaca el impacto de la trayectoria vacilante de la economía de los Estados Unidos luego de una extraordinaria década de expansión continua.
El final de la expansión lo marca la actitud cautelosa de consumidores e inversionistas, alimentada por las pérdidas bursátiles y por los escándalos corporativos. A esto se suma la incertidumbre que genera la amenaza de guerra. En Puerto Rico es imperativa la referencia a la eliminación de la Sección 936 y la constante reducción en el empleo manufacturero a partir del año 1996.
Pero no nos engañemos. No tapemos el cielo con la mano. El agotamiento de Puerto Rico trasciende a los períodos recesionarios. Durante los últimos 22 años (lo que incluye las últimas dos décadas del siglo 20 y lo que ha transcurrido del siglo 21) el crecimiento real de la economía ha sido de una tasa media anual de sólo 2.3 por ciento, casi tres veces menos que en décadas anteriores.
Y esto a pesar de las transferencias del Gobierno federal de los Estados Unidos, de los crecientes gastos y de la creciente deuda pública del Gobierno de Puerto Rico, de la vigencia de la Sección 936 y de la más cruda insensibilidad ambiental. Es evidente que este andamiaje institucional no cuenta con un buen expediente de crecimiento económico ni, mucho menos, de desarrollo integral y sustentable, para el que realmente no se diseñó.
Cuando se carece de agilidad y diversidad institucional, cuando no se tiene poder y se le teme al cambio necesario para obtenerlo, se pierde capacidad de desarrollo. Se menoscaba la voluntad política y la iniciativa empresarial; y si se intenta despertar para "hacer punto en otro son" el letargo es tal que con lo único que se da es con variaciones del mismo tema.
Un ejemplo de esto es la Sección 30 A, presentada hace algunos años como algo novedoso cuando en efecto no era otra cosa que el remanente del crédito salarial contenido en una de las disposiciones de la Sección 936. Y ante la inminente desaparición de ambas se repite la historia al propulsar, aunque sin éxito, una enmienda a la Sección 956, que cobija a las corporaciones foráneas controladas, para que tenga un efecto tímidamente parecido al de la Sección 936.
La renuencia estadounidense a conceder trato de carácter exclusivo, como lo era la Sección 936, es obvia. Ante esta realidad ya son muchas las empresas de capital norteamericano radicadas en Puerto Rico que han asumido la forma de corporaciones foráneas controladas. Estas empresas están bajo disposiciones contributivas federales que aplican de la misma forma aquí que en otros países. Hay que ajustarse a esta nueva realidad.
No basta con atraer inversión directa extranjera. Hay que aprender a beneficiarse a cabalidad de la misma. Hay que minimizar sus costos (como el desplazamiento del empresariado nacional y la excesiva repatriación de ganancias) y maximizar sus beneficios (como la transferencia tecnológica, la inserción en múltiples mercados y la movilización de recursos locales). Ni lo uno ni lo otro ocurre automáticamente. Hay que diseñar los instrumentos institucionales adecuados para esos fines.
En este país se habla mucho de globalización y de las nuevas coordenadas de la economía mundial, pero es forzoso confesar que la inserción de Puerto Rico en el mundo está marcada, inhibida, por su impotencia política.
A esta confesión se contesta con un "consuelo" doble: la ventaja de acceso al mercado de los Estados Unidos y la existencia de muchos países con gran inestabilidad política y con indicadores económicos muy pobres comparados con los nuestros.
Esto es cierto. Pero no se admite con igual franqueza que la exclusividad de acceso al mercado estadounidense se ha debilitado como consecuencia de la reducción generalizada de las tarifas arancelarias y de la proliferación de tratados comerciales. Y mucho menos se destaca la lista creciente de países que hace poco de más de dos décadas no nos superaban en producción e ingreso per cápita y que ahora nos han dejado a la zaga. Esto también es cierto.
Vivimos en un mundo en donde los cambios institucionales y tecnológicos se han acelerado. Estamos rodeados de nuevos arreglos políticos y de nuevas redes de relación económica bajo el palio de complejos tratados multilaterales, regionales y bilaterales.
Ante tal dinámica institucional Puerto Rico no puede continuar pasivo, con una visión estática de la realidad que lo empuja hacia una especie de catatonia política en que se conforma con recoger lo que cae de la mesa, que cada vez es menos. Tiene que activarse.
Ese es el reto que encierra la ineludible confrontación con el problema del status. El incumplimiento con el mismo nos conducirá, como ya se hace patente, por una senda de difícil escapatoria en que prevalecerá la división tribal, el marasmo económico y la descomposición social. [N]
El autor es economista y catedrático.