martes, 5 de mayo de 2009

Ana Lydia Vega: Bienvenidos a Puerto Amazonia





Perspectiva / 53
Martes 05 de Mayo de 2009 / El Nuevo Día
 
Bienvenidos a Puerto Amazonia

ANA LYDIA V EGA
ESC R I TO RA


A¡njá, conque era verdad! Mis amigas solteras no se equivocaban: en esta isla nuestra sí hay muchas más mujeres que hombres. Como si no bastaran las guerras, las drogas y el crimen para mermar la ya reducida población masculina, ahora resulta que en el trópico nacen más niñas. Un estudio muy sesudo de la Universidad de Georgia acaba de confirmarlo.

Bendito, justo cuando casi había estirado la pata el determinismo geográfico, le han dado un segundo aire. A teorizar se ha dicho. Que si la contaminación ambiental. Que si los estragos del estrés. Que si una estrategia adaptativa para capear tiempos difíciles. Que si el efecto del sol en la calidad del esperma...

Con el perdón de los sabihondos, voy a meterle mano lega al tema. Después de todo, no es para menos. Está en juego el futuro de nuestra región.

Se sabe que los hombres, portadores de los cromosomas X y Y, son los que deciden el sexo de las criaturas. (Hasta en eso legislan...) De ahí, el dudoso apodo de "c h a n c l e t e ro s " que se endilga a los manufactureros exclusivos de hijas.

Son ellos, por lo tanto, los generadores del "nena boom". Lo que resulta bastante sospechoso es eso de que la temperatura afecta la "calidad" del esperma. ¿Se estará insinuando que la secreción procreadora de hembras es inferior a la que engendra machos? Muy afín a la causa de la igualdad de géneros no me luce esa observación.

Se atribuye la producción masiva de chiquitinas no sólo a las inclemencias climáticas sino a todo tipo de condiciones adversas. Y es innegable que por acá nunca han escaseado las calamidades. Me imagino que, cuando desembarcaron los conquistadores españoles, las taínas parieron tainitas en cantidades industriales. Y en 1998 de seguro no vino al mundo ni un mísero nene. Amén de los huracanes, terremotos, maremotos, sequías e inundaciones que, con la miseria, el hambre, la violencia y la politiquería, son patrimonio de esta sufrida zona.

Aquí es que entra en acción la famosa "estrategia adaptativa" de marras. Supuestamente, los desastres crónicos de los países calenturientos provocan una suerte de selección genética. Mientras más desastres nos caen encima, más cromosomas X vienen al rescate. Es como para concluir que la madre naturaleza no es tan neutral que digamos.

¿Será que al fin se ha dado cuenta de que el sexo fuerte es realmente el femenino? No lo pongo en duda. Hay que admitir que, atenido a los esfuerzos y sacrificios de los hombres, nuestro pobre trópico no daría pie con bola. Sin la doble jornada doméstica y laboral de las mujeres, estos bonitos paisitos ya hubieran desaparecido del mapa.

Aunque la buena fe de una naturaleza preocupada por el bienestar de la humanidad parece una premisa respetable, existe una manera más siniestra de interpretar su intervención en el quehacer reproductivo de estos lares. ¿Y si, al fin y al cabo, resultara ser una aliada encubierta del varón? ¿Y si su misión secreta fuera la preservación eterna del reino de la testosterona? El favoritismo ­ y por qué no llamarlo por su nombre - el machismo solapado de la naturaleza explicaría, mejor que cualquier otra hipótesis, la proliferación mujeril en esta parte del mundo.

Examinemos la inquietante conjetura que suena a película de sexoficción.

Con más féminas disponibles, aumentaría la cantidad de madres y abuelas alcahuetas para mantener a hijos y nietos manganzones en un estado de perpetua adolescencia. Así, conscientes de su estatus de especie protegida, criados sin ese majadero sentido del deber que persigue a sus hermanas, los hombres podrían consagrarse alegremente a su pasatiempo favorito: la repartición democrática de espermatozoides.

Habría también, desde luego, mayor oferta de sirvientas a tiempo completo, o sea de esposas para explotar, maltratar y asesinar a capricho. El exceso de niñas con potencial para ser hostigadas y violadas haría las delicias de padres, hermanos, tíos, abuelos y padrastros ansiosos por reafirmar los valores familiares. ¿Me siguen? Si, como pronostica la ciencia, el cromosoma Y está en peligro de extinción, quién sabe si la naturaleza tendrá que resignarse a un porvenir matriarcal regido por la clonación. De lo contrario, no le quedará más remedio que cambiar las reglas del juego. Entonces, tal vez se dedicará a fabricarles, a esas nuevas amazonas del mañana, compañeros responsables, comprometidos, tiernos, congénitamente programados para el amor.