El purgante del desempleo
ROBERTO P. A PO N T E TO RO D ECA N O DE LA ESCUELA DE DERECHO DE LA UPR | | Recientemente se formalizó el proceso de cesantear a 8,000 empleados públicos. La crisis que motiva esta acción no es un evento sorpresivo, pues desde hace años se vislumbraba. Por el sistema de financiamiento al que nos hemos sometido, estamos continuamente en la mirilla de los bonistas.
En un momento, uno de nuestros gobiernos utilizó a esos bonistas con el fin de amedrentar a sus opositores en la Legislatura. Hoy ante la crisis, otro gobierno se adelanta a satisfacer los dictámenes de esos mismos bonistas.
Ayer un gobierno se negó a reducir la nómina buscando las simpatías de los gremios. Hoy otro gobierno entiende que esa no es su clientela y busca el concurso de un empresariado que, por cierto, va en picada. El Gobierno, dentro del esquema en que opera, considera no tener alternativa.
¿Servirá esta medicina para mejorar las finanzas del Estado? En ciertas jurisdicciones, en la década de los 80 este tipo de reducción laboral logró su propósito. En otras no.
No parece que en Puerto Rico hayamos hecho el ejercicio de plantearnos responsablemente cuándo y por qué esta práctica ha funcionado y cuándo no.
Aún así, lo definitivo es que hoy el no hacer nada no es la solución. El sector laboral no puede desconocer la crisis que enfrentamos ni tampoco puede engañarse a sí mismo, creyendo que va a mejorar la situación acrecentando sus insultos contra el sector privado. La realidad es que un sector considerable del liderato sindical no tiene idea de cómo crear una economía sólida que sustente a su membresía.
La pregunta no parece ser, por tanto, si habrá o no cesantías, sino quién y de qué manera terminará beneficiándose de este sacrificio individual y colectivo.
¿Se permitirá toda esta disrupción para que al final mantengan sus lujos los que ya disfrutan de él? ¿O, por el contario, utilizaremos este proceso para construir un país más realista, con mayores oportunidades para todos, y como resultado, más igualitario? Hace poco un amigo economista me contaba como un banquero (a quien respeto) confesaba cómo por años aceptó como buenos, modelos financieros tan complicados que él mismo no entendía, pero que le eran presentados por supuestos expertos y genios de la matemática económica. Esos modelos parecían exitosos y por década y media produjeron pingües beneficios a sus accionistas. Ahora, cuando sus fallas se hacen evidentes, los accionistas que antes celebraban el modelo, demandan por su uso.
He aquí una muestra de esa economía de poca responsabilidad individual enmarcada en un oportunismo narcisista e infantil, de la cual como sociedad debemos cuidarnos.
Nuestro País debe enfrentar la gravedad del acto de despedir empleados públicos. Por ello, debe conocer exactamente cómo esa acción ha de mejorar la vida y la economía de todos los puertorriq u e ños.
No podemos, otra vez, confiar a ciegas en los juegos de magia de los expertos.
La democracia requiere información y juego limpio para con todos. No podemos permitir que la confusión actual facilite que intereses insensibles aprovechen la ocasión para apoderarse a precio de quemazón de instituciones y recursos valiosos del pueblo.
Es momento de sacar a la superficie a los tiburones sean éstos empresarios o políticos - y a todo aquél que a escondidas -intente beneficiarse del mal momento que atravesamos, atentando contra nuestras instituciones, recursos y va l o re s.
Puerto Rico en crisis no es un banquete a repartir, sino una tragedia familiar a atender.
Este es momento de reconocer la eficiencia y, sobre todo, la calidad dondequiera que esté.
Ese es el reto del País si es que quiere sobrellevar la crisis. Los eslóganes sob ra n .
Lo que cuenta es nuestra disposición de enfrentar situaciones crueles y aportar soluciones que aseguren el bienestar común.
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